En mi inocencia siempre he pensado que esos tiempos se cerraron cuando di carpetazo al mundo de la práctica arqueológica. ¡Cuán equivocada estaba! Hoy al borde de cumplir 43 años me doy cuenta de que llevo toda mi vida así y pensaréis ¿has tardado 43 años en darte cuenta de eso?.

Pues sí queridos lectores, 43 castañas han hecho falta para dar un repaso y alguna que otra conversación con “amiga del alma” para ver que todo lo que hemos hecho y conseguido ha sido gracias a lo que viene siendo la expresión “pico y pala” o para los menos metafóricos a base de esfuerzo, constancia y tesón.

Constantemente somos bombardeados por informaciones, hechos y acontecimientos que nos llevan a pensar que todo lo que hacemos no sirve para nada, vemos cómo hay personas que consiguen un éxito indescriptible explotando situaciones esperpénticas, mintiendo sobre lo que hacen o no hacen y nosotros con cara de idiotas pensando… ¿pero y todo este esfuerzo diario que hago yo y aquí sigo puteado? ¿para qué?.

Podría escribir un panegírico sobre las maldades de la sociedad consumista, sobre la crisis profunda de valores en la sociedad occidental, sobre el demoníaco neoliberalismo, la creciente pérdida de derechos fundamentales y especialmente sobre las nuevas generaciones que nos pisan los talones sin ánimo ni interés por nada. No les descubriría nada que no sepan ya ustedes.

Nos pasamos gran parte de la vida bajo el síndrome de lo que a mi me gusta llamar colmena, haciendo las cosas, exactamente como los demás, vistiendo según nos dicen, pensando como quieren otros, queriendo ser otros, caminamos mirando al suelo con prisa por no llegar a un sitio a otro, teniendo amistades virtuales, relaciones 2.0 y perteneciendo a una secta de zombies en la que no comeremos cerebros de otros, pero sí carcomiéndonos el nuestro propio. Menos mal que no quería hacer un discursito flower power

A ver, que se me va la especie (como diría Baroja), a lo que voy… Es bien cierto que el atrezzo con el que se enmascara la realidad nos desvía muchas veces de lo verdaderamente importante, que es la acción, pero la responsabilidad es nuestra, simple y llanamente nuestra. No queremos ver las injusticias, porque los problemas son de otros, no queremos protestar en voz alta por las consecuencias (posturas respetables, pero no compartidas), no queremos cambiar a los que nos tratan como ganado, porque vivimos en una zona de confort (odio tanto esta frase como la de estado del bienestar… pero pega en el texto) más falsa que un duro de madera. Entonces dejemos que nos marquen con sus hierros candentes… ¿no?

Particularmente preferiría ser insultada en mi cara a que me sigan tratando como si fuera tonta.

Las generaciones más jóvenes, como diría “amiga del alma” no son, nada más lejos de la realidad, menos aplicadas y esforzadas que nosotros, no podemos juzgar a un grupo por lo que hace una minoría o al menos eso es lo que yo creo. Pero creo que este discurso sólo puede aplicarse a esta parte de la historia, en todo lo demás, permítanme ustedes que me pare en seco, deje un momento el pico y la pala y me seque el sudor de recorre mi frente…. ¡qué sudor ni que sudar!, mi pico y mi pala hace tiempo que son de juguete, he seguido la corriente, aceptado cosas injustas, callado ante aberraciones y llorando a escondidas por pura impotencia.

Pero sí hay una cosa que quiero destacar y que es bueno de vez en cuando sacar a relucir para darnos un bañito de realidad, cuando se trata del bien común, la responsabilidad es colectiva y la herramientas conseguirlo son el pico y la pala.

Queridos lectores, no puedo más que terminar diciendo que ya ven ustedes que he venido aquí a descubrir la rueda.

PJG