A tres días de un cumpleaños muy importante para mí, me dispuse a comprar un regalo, que sabía era el ideal para la persona querida a la que iba destinado. No parecía una labor dificultosa. Quizá no al principio. Pero después de buscar en tres tiendas del barrio y comprobar que no disponían del artículo y que incluso, desconocían su existencia, pensé que sería más cómodo y ganaría tiempo, si realizaba la compra directamente en unos grandes almacenes donde tienen de todo.

Para no errar en el intento, pues grandes almacenes hay muchos, decidí observar primero en internet. No por comprar online, sino por ir directamente al centro donde estuviera disponible y no dar más vueltas.

Solo lo encontré en uno, donde el precio era bastante elevado. No pasa nada, pensé, lo pagaré, pues no dispongo de mucho tiempo y es justo el artículo que busco. A la derecha de la pantalla, una ventanita emergente me sugirió que lo comprara en otro lugar online, a la mitad de precio y al día siguiente lo tendría en casa.

… Y así lo hice.

Ahora, ya pasado el cumpleaños, entregado a tiempo el regalo que tanto deseaba y a un precio excelente, sin haber salido de casa, estoy tan contenta que quiero expresar mi más sincero agradecimiento. ¿Pero a quién?

No sé realmente a quién agradecer el despliegue de medios llevados a cabo a tal fin.

Pensando un poco, dos nombres me vienen a la cabeza inmediatamente: Frederick Taylor y Henry Ford. A Tylor le debo el concepto de que, realizando una labor en el menor tiempo posible, la ganancia es mayor. Y a Ford le debo la implantación de la idea de Tylor pero dentro de una empresa de producción con una alta división del trabajo.

Es un principio, y como agradecimiento no está mal, pero estoy tan contenta con mi adquisición y la cara que puso la persona cuando se la regalé que, en mi generosa dadivosidad, me viene también a la mente Milton Friedman.

Ay, señor Friedman, si no fuera por usted y por su super idea de la productividad técnica, no hubiese conseguido nada. Desde luego que tenía usted razón al decir que, con una buena capacidad técnica, con una barata mano de obra y, sobre todo, creando la necesidad de demandar un producto, las cosas irían mejor.

Espera, espera, ¿mano de obra? ¿Cómo no he caído antes? También tengo que felicitar a las personas que han fabricado mi regalo, y no solo a los que idearon y pusieron los medios para hacerlo.

Y claro, llegados a este punto se me ocurre que por haber sentido un deseo irrefrenable de algo que me han hecho creer totalmente necesario, sin moverme de casa, a un precio baratísimo, que me llega en unas horas, fabricado por unos trabajadores muy mal pagados en algún lugar del otro lado del mundo, tengo que estar agradecida a unas personas que han ideado un sistema donde gracias al aumento de la producción, en el menor tiempo posible y al menor coste, han hecho posible que yo lo pueda adquirir… y a internet claro. Después de demostrar que no soy un robot.

Pues vaya plan. Qué bajón.

Ya no felicito a nadie, ¡eah!

O.P.E.