El primer martes en casa pienso que cuando la vida te da limones y abres la nevera y les ha salido una capita verde por uno de sus lados, hay que ser positiva -gracias Mr. Wonderful- así que, si el destino me pone en bandeja poder pasar más tiempo con mis animalillos, que por lo general no los veo mucho, pues disfrutaré de ellos.

Hace mil años que no limpio la pecera con mis siete peces, no espera, seis, no, cinco, ¿cuatro?, ¿cómo que solo cuatro peces? Bueno, pues eso, que hace mucho que no limpio la pecera con mis siete peces menos tres. Y aprovecho para dejarla pulida. Y descubro que los tres peces restantes estaban en el fondo, y quiero pensar que se han dejado ir porque ya les tocaba.

Porque a mí me gustan mucho los animales. Como cuando rescaté de una hoja de lechuga a un caracolito precioso. Y no os creáis, que lo tuve conmigo casi seis días enteros. Hasta que se me acabó la lechuga y creí que iba a estar mucho mejor en el césped de al lado de mi casa. Nunca pude comprobarlo, porque cuando llegué al césped el caracol había desaparecido del bolsillo donde lo llevaba y nunca más lo vi.

Y sí, lo reconozco, siempre he tenido debilidad por los animales sin patas. Sobre todo, esos a los que no hay que bajar a la calle cuando llego del trabajo. Prefiero ponerme ropa cómoda y sentarme en la terraza con un vinito a ver pasar a mi vecino el cachas con su Rottweiler babeando. No el perro, sino mi vecino.

Es curioso, porque ahora que tengo todo el día para observar la acera, la misma siempre, he visto al cachas pasar con el ya mencionado Rottweiler, de nombre Bruto -eso no lo esperabais- pero también con una pekinesa, con un Pinscher, un Beagle y un Yorkshire terrier. En horas distintas del día. No quiera el Señor que yo desconfíe del prójimo, pero para mí que está robando perros para darse paseos. Es más, perros que le caben en el bolsillo, para correr más rápido cuando huye. Ahora que lo pienso, a lo mejor perdí así yo mi caracol. En fin…

He visto perros que no había visto nunca, a vecinos que no había visto nunca, a vecinos con perros que no sabía que tenían perro, a perros con vecinos que no sabía que tenían dueño. Señores, la acera que veo desde mi terraza, la misma siempre, tiene más perros per cápita que todas las aceras del resto de España.

Vuelvo a limpiar la pecera, a la que voy a la cocina a por otra copa de vino -la ropa cómoda es la misma que llevaba ayer- y mis cuatro peces, espera, ¿tres?, ¡venga ya! Bueno, mis tres peces, más el que está en el fondo del que prefiero pensar que se ha dejado ir porque ya le tocaba, me miran con caras deformadas a través del cristal. Creo que me observan incrédulos al comprobar que llevo varios días seguidos haciéndoles monerías. ¡Qué cuquis son!

Me acomodo otra vez en la terraza y veo pasar a dos señores montados en sus perros. Los miro detenidamente y compruebo aliviada que son caballos y que lo que me parecían gorras, de lejos, son cascos de la policía. Todo me parece supernormal -gracias de nuevo Mr. Wonderful por no dejar que me estalle la sesera-, porque todo lo que pasa es muy normal, y mi vecino el cachas que ahora regresa con un cruce de Ratonero valenciano con bodeguero, les saluda y se ofrece a recoger, con una bolsita verde que saca del bolsillo donde esconde los perros que roba, los excrementos del percherón.

Lo que yo digo, todo muy normal en mi acera.

O.P.E.